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Primera estación - JESÚS
ES CONDENADO A MUERTE
"¡Viernes Santo! El día que se inicia con el
estupor de la traición de Judas y se asombra ante
las negaciones de Pedro; la madrugada que ve con
dolor a Cristo coronado de espinas, cubierto por
la burla y el desprecio, con un trapo raído que
figura la capa real, apoyado en la columna; la
mañana que ve a Dios juzgado por los hombres.
Verdaderamente, ‘aquí se han colocado pesadas
cargas sobre débiles hombros humanos’. ¡Cómo
siento yo mismo mi debilidad para ese enorme peso!
Solo ante ti, ante el camino de la cruz, he
sentido todo el peso de mis miserias, mi
impotencia para seguirte por ese camino.
Te entregamos toda nuestra debilidad, nuestra
buena voluntad de ayudarte y nuestra fidelidad...
Que esa sea también mi personal alianza contigo:
debilidad por debilidad, fidelidad por
fidelidad... Gracias por hacerme tomar conciencia
de que soy ‘nada y pecado’, y pedir la gracia de
vivir siempre en esa claridad.
Madre mía, hazme fiel a ti, porque sólo así podré
superar mis debilidades y hacer plena la misión
que tú me encomiendas. Pero quisiera ser un
instrumento sin límites, sin restricción interna
de ninguna especie, y dispuesto a sacrificar y
aceptar todo sacrificio que, en tu bondad, te
dignes enviarme para purificar los defectos que,
por mi propia iniciativa, sería incapaz de
eliminar.
Sé que toda misión grande es una participación en
el vía crucis de Cristo."
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Segunda estación - JESÚS
CARGA LA CRUZ
"Sí, el mensaje es, ante todo, de dolor y de
crucifixión. Mensaje de cruces negras, porque es
preciso que haya almas que se inmolen por la
misión. Mensaje de cruces rojas, que arden de
fuego y de vida hasta consumirse enteramente por
el reinado de tu amor. Mensaje de filialidad,
porque nada nos pide, sino decir ‘Fiat’, ‘Ita
Pater’, ‘Sí’, y cargar, como Cristo, la cruz
demasiado pesada que el buen Padre afirma sobre
nuestros débiles hombros humanos. Mensaje no sólo
de dolor y crucifixión, sino también de victoria.
Para mí, eso quiere decir ante todo: que cuando
personalmente haya aceptado la cruz, entonces se
aproximará el triunfo. Pero ¡qué lejos estoy de
haber aceptado verdaderamente mi cruz! En mi vida
diaria, ¡cuántas pequeñeces e infidelidades sin
número me alejan de la cruz! ¡Cuántas veces
rechacé la cruz que el Padre celestial quería
colocar sobre mis hombros!, pero quisiera, a pesar
de todas mis debilidades, entregarme nuevamente a
ti, para que puedas elegirme como tu instrumento.
La cruz es una imagen de María. Tiene los brazos
abiertos como tú, Madre, que fuiste cuna para el
pequeño Jesús. Y Cristo nos compró en la cruz
pagando un precio de dolor. Sin embargo, los niños
de cuna se entregan dócilmente y con entera
confianza. Ahora, la cruz es como tu regazo
materno. La vida con Cristo nos exige un vía
crucis: la renuncia, el sufrimiento, son el
camino. Pero también el precio del verdadero
amor."
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Tercera estación - JESÚS
CAE POR PRIMERA VEZ
"Día del sacrificio, día en que la sangre brotó de
todas las heridas del Cuerpo santísimo, hasta que
por su costado abierto escurrió la última gota.
Esta tarde, te arrastraste por el camino que
asciende al Gólgota, cayendo tres veces bajo el
peso del madero...
El dolor lo buscamos puramente por amor, por amor
unido a Cristo, que dejó morir su humanidad por
nosotros. La reciprocidad en el amor nos exige dar
la vida por él. Y yo, ¿qué te puedo dar? Soy muy
débil. Bien sé que tengo sólo mi pequeñez, mi ser
‘nada y pecado’..., pero justamente eso quiero
ofrecértelo. Puedo comprender lo que significa el
dolor y el sufrimiento, desde el más grande hasta
el más pequeño: lo que significa un dolor físico,
ser humillado públicamente o sufrir en mi orgullo,
o no ser comprendido; pero no basta comprenderlo,
lo difícil es vivir todo eso, ofreciéndolo una y
otra y mil veces repetidas, al Hijo de Dios;
mirándolo como nuestro pequeño vía crucis, con el
cual participamos, aunque en mínimo grado, de su
pasión."
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Cuarta estación - JESÚS
ENCUENTRA A SU MADRE
"Vas al encuentro de tu Hijo, cuando iba cargado
con la cruz rumbo al Gólgota. ¿Cómo supiste de
aquello?... es el instinto maternal, el instinto
de la sangre y el instinto propio del cáliz, que
anhela siempre encontrar a Cristo y recibir su
sangre. Aprendo dos cosas. La primera, que el
cáliz siempre está abierto, a la vez para recibir
y para dar. Abierto bajo la cruz, como tú, para
recibir la sangre que redime. Abierto ante el
sepulcro, como tú, para entregar a Cristo, en
sacrificio, por la reconciliación de toda la
humanidad.
La segunda: que el cáliz es, por sobre todo, fiel,
como tú: sigue a Cristo a todas partes, y está
frente a él siempre como él lo pide, abierto,
dispuesto. Sabe que el sacrificio es el precio de
su fidelidad: permanecer tres horas de pie bajo la
cruz, y luego dar al ser más querido a las
entrañas de la tierra, perderlo todo.
Pero también sabe que el grito final, que es el
único para el cual la vida humana tiene razón de
ser, es la posesión de Cristo en la gloria, la
resurrección triunfante con él -y el que sea
posesión indica que allí también se es cáliz-.
Así sales, a la vez, a nuestro encuentro con tus
deberes de Madre: alimentarnos, educarnos,
guiarnos. El darnos alimento lo cumples plenamente
en tu papel de Medianera, al repartirnos las
gracias que tu Hijo nos mereció en la cruz. Sigues
fiel frente a Dios: al conducirnos por el recto
camino, por el que verdaderamente conduce hacia
Él; y no es otro sino el camino de la cruz, que
nos lleva hacia el cielo sólo después de hacernos
subir hasta la cumbre del Gólgota.
Madre mía, te pido la gracia de sentir y vivir
esto: en todo pequeño vía crucis diario, muéstrame
el camino de la cruz. Y en ello, mantén tú mi
alegría, sé mi consuelo de tal manera que en todo
momento, aun en el de máxima crucifixión,
permanezca inmensamente alegre... y hazme estar
abierto como tú, en los dos sentidos: de recibir y
dar a Cristo."
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Quinta estación - SIMÓN
DE CIRENE AYUDA A CRISTO A LLEVAR EL MADERO DE LA
CRUZ
"La vida con Dios es bella, bella y dolorosa:
¡cuesta toda la sangre del corazón! Verdaderamente
tú nos regalaste una prueba tan grande, que
nosotros no la podemos cargar solos... ‘serán
pesadas cargas sobre débiles hombros humanos’...
Pero siempre es Cristo quien lleva la cruz más
pesada: ¿y no puedo yo acaso ser su cirineo?
¿estará tu Hijo dispuesto a aceptar, si le
ofrecemos nuestra vida a cambio? Quiero ofrecerte
de nuevo mi propia vida. Sólo pido que si aceptas,
me des también las fuerzas de ser ofrenda.
Vivir en el espíritu de fe y por sobre los seguros
humanos, vivir apoyado en último término en la luz
del Espíritu de Dios, lleva siempre a vivir de la
pasión y de la cruz. Somos probados en la medida
de la gracia que recibimos, y cuanto más la
poseemos, tanto más somos puestos por el Padre en
el crisol: las luchas y dificultades, para un alma
que ha crecido en la vida interior, son
verdaderamente una gracia extraordinaria. Sí, he
llegado a sentir con fuerza la necesidad de dejar
todo apoyo natural, para sumergirme sólo con
profunda confianza, en el mundo de la fe.
Por eso tengo ahora, como nunca lo había
experimentado, ansias de cruz y sufrimiento; no
simplemente para una purificación personal, sino
para colaborar en la redención del mundo.
Nostalgia de cruz, porque en la cruz está Dios.
Esto lo he aprendido en el vía crucis: quiero
estar junto a tu Hijo y a ti, Madre, en todos esos
momentos de redención.
Y hasta hoy, Él se quedó en la más pequeña de sus
creaturas, un pedazo de pan, por amor a mí; ¿qué
no he de entregarle yo en compensación de tanto
amor, sino toda mi vida, y toda dificultad que
tuviera en ella? Ayúdame a entregarle la misma
confianza y abandono filial en los brazos del
Padre, que le llevó a él hasta el total sacrificio
de su vida, aún cuando mi destino fuera como el
suyo: la crucifixión y todo sufrimiento."
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Sexta estación -
VERÓNICA OFRECE UN VELO A JESÚS
"Yo voy a buscar a Cristo, no sólo lo contemplo
desde lejos. Pero, sobre todo, es él que me busca
a mí. Él me ha llamado y ha despertado en mí el
ansia de poseerle... y luego, le llevo ante los
hombres. Deseo ardientemente que tú me conduzcas
también por este camino y que en él me purifiques
de todas las miserias del amor humano, para que a
través de una vida de ofrecimiento, me entregues
con un amor más limpio y alto en los brazos de
Dios Padre. Pensar en el cielo es, en verdad,
hermosísimo. Mas, el camino es el mismo y único
que el Hijo recorrió: ha de pasar por la Semana
Santa y el Gólgota.
En la tierra tendremos el cielo anticipado sólo en
nuestro contacto con él -así como la felicidad del
Hijo Jesús estaba en la presencia del Padre y en
la unión contigo, su Madre-. El precio definitivo
del cielo es la redención, que culmina cuando
participo personalmente en ella: el precio
personal de la entrada al cielo es el sí a la
cruz.
Para quien vive y siente con Cristo, esa
participación en su vía crucis es también un
anticipo del cielo -doloroso sí, pero se anticipa
la felicidad eterna-, precisamente porque se está
en compañía de él. Si la definitiva felicidad del
hombre es estar con Dios, ella ha de ser tan
grande que supere muy de lejos todo dolor humano,
corporal o espiritual.
El camino hacia el cielo es ese mirar hacia él,
como tú, como los varones de Galilea, hasta que el
ansia de cielo nos queme la vida..."
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Séptima estación - JESÚS
CAE POR SEGUNDA VEZ
"Algunos escritores dicen que la cruz era tan
pesada, que probablemente sin gracias especiales,
hubiera sido imposible para un hombre ya
brutalmente maltratado, llevarla hasta la cumbre
del Gólgota. ¡Ay, si el Maestro fue cargado con
tal peso sobrehumano!... ¿han de esperar los
discípulos mejor paga? Es el momento, cuando se
reciben esas cargas, de volver los ojos al vía
crucis y contemplar a tu Hijo, ensangrentado y
coronado de espinas, cargando su cruz camino del
Calvario... tales cargas nos llegan como una
gracia singular, y no como algo destinado a
‘liquidarnos’ bajo su peso.
En las últimas semanas he estado siempre enfermo;
en las clases con mis alumnos no encuentro la
manera de controlarlos ni de enseñarles bien; me
he sentido solo; he podido sentir con fuerza
muchas limitaciones de todo orden, lo que varias
veces me ha llevado a una desazón interior: ¿no
estoy perdiendo el tiempo acá, encerrado y
solitario, cuando en otras partes hay tanto que
hacer, en el apostolado y en el trabajo? ¿Voy a
permanecer así indefinidamente? ¿Qué hacer, cómo
vivir, para qué vivir?
La respuesta la sé de antemano, Madrecita, es una
sola. Se trata de una crisis de confianza en la
Divina Providencia, y la solución a eso está
siempre y solamente, en lanzarse con los ojos
cerrados en los brazos amorosos de Dios que es
Padre."
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Octava estación - JESÚS
ENCUENTRA A LAS MUJERES QUE LLORAN
"Fuerza para ambos. Para las mujeres, la fuerza
del encuentro con la sangre divina, con la gracia.
Para él, esa extraña fuerza que viene de que Dios
encuentre colaboración humana en medio de tantas
infidelidades de los que le seguían.
Hay que contar con que esta dificultad tiene que
aparecer muchas veces en la vida: es el precio de
la soledad; pero la soledad en unidad con Dios, es
el camino del cielo. Madre mía, ¡cómo siento ahora
crecer en mi alma el ansia de unirme y entregarme
por entero a él, de dejarme guiar ciegamente por
su amorosa mano paternal! Con un amor y entrega de
hijo, inquebrantables, al buen Padre que tiene
contado hasta el último de nuestros cabellos, de
mis cabellos.
Quiero que mi voluntad no sea otra que la de
realizar hasta el más mínimo deseo del Padre; que
jamás diga ‘Padre, pase de mí este cáliz’ sin
agregar ‘no sea lo que yo quiero, sino lo que tú
quieres’, para que así, si él me conduce al
Calvario, pueda morir llamándolo para que él me
reciba... Te pido que mi entrega filial sea tan
grande como para permanecer no sólo al pie de la
cruz, sino también como para dejarme sepultar en
el silencio y la soledad, durante 3 días ó 3 años
ó toda la vida, si tal fuera el deseo del Padre.
Madre mía, haz que viva en todas estas cosas junto
contigo hasta lo último, que a través de todo sea
un cáliz abierto hacia el Padre, para que él me
llene con todo lo que le plazca, aunque fuera
sufrimiento y muerte."
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Novena estación - JESÚS
CAE POR TERCERA VEZ
"En este camino de la cruz miro particularmente la
tercera caída de Jesús. Al llegar casi a la cima,
antes de realizar ese último esfuerzo supremo, dar
los últimos cuatro o cinco pasos necesarios para
llegar hasta el lugar de su crucifixión... cuatro
pasos tremendamente heroicos, casi imposibles,
porque el sufrimiento anterior ya había sido
mortal.
Soy yo el que, hasta el Viernes Santo, sentí tan
fuertemente el peso del hombre viejo. Nunca me
había dado cuenta de que nuestra participación en
la redención consiste también en catorce, o
veintiocho, o cien o más pequeños sacrificios y
sufrimientos voluntariamente aceptados y aún
buscados positivamente durante el día. Con ello de
veras va muriendo el hombre viejo, siempre
egoísta, que quiere sólo su bien y su comodidad y
rechaza la cruz. Sí, este Viernes Santo me muestra
toda mi debilidad y miseria, más que en otras
ocasiones, por dejarme derrotar de antemano por el
sufrimiento y la pequeñez de mi voluntad para
cooperar con la mayor gracia que el hombre
recibió: el ser redimido.
¡Madrecita, estaba deprimido, tenía compasión de
mí mismo, temía terriblemente sufrir, mientras tu
Hijo moría por mí y tú le acompañabas al pie de la
cruz! ¿Acaso puedo extrañarme de la cobardía de
Pedro? ¡No, debería llorar como él, no por él,
sino por mí mismo, que he negado a mi Maestro
cientos de veces! Te ruego desde el fondo de mi
alma que el contemplar a tu Hijo en la cruz me
mueva a corresponder a su amor, pero más que nada,
a imitar lo que hace posible darse así al
sacrificio por los hombres: su total entrega en
los brazos del Padre.
¡Si tú me dieras esa locura de la cruz de los
grandes santos! Sí, debo primero dejarme llenar de
todo dolor que el Padre me envíe, pero no para
quedar aplastado por él, sino como tu Hijo,
transformarme y vencer sobre el pecado y la
muerte, con él, por él."
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Décima estación - JESÚS
ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
"Hoy... ¿nos atreveremos a decir ‘tengo hambre’,
cuando él debió decir ‘tengo sed’? ¿Pensaremos en
la dureza de un lecho, cuando él fue clavado al
madero? ¿Nos atreveremos a quejarnos de frío, si
él en este día fue dejado durante tres horas
desnudo colgando de la cruz?
¿Qué significa eso para mí? ‘Despojaos del hombre
viejo y revestíos del hombre nuevo’, dice san
Pablo. Cristo cargó con nuestros pecados para
librarnos del peso fatal del hombre viejo y
permitirnos, después del sufrimiento del cuerpo y
del alma, resucitar como hombres nuevos para la
vida divina. Sí, resucitar ya aquí en la tierra,
resucitar para vivir entre los hombres en gracia,
hechos imágenes de Cristo.
‘Revestíos del hombre nuevo...’ Esta exigencia de
san Pablo debiera en cada instante apremiarnos con
violencia. ¡Quien pudiera dejar por completo a ese
hombre viejo, lleno de defectos, de mezquindades y
maldad! ... Una liberación de nuestras
limitaciones y pequeñeces, una liberación de
nuestro inevitable egocentrismo, para entregarnos
a Dios.
Quisiera resucitar con tu Hijo: resucitar para él,
para ser un hombre nuevo, enteramente revestido de
él, dispuesto a toda lucha por él. Tu Hijo derrotó
ya el sufrimiento, la vergüenza, el abandono de
los hombres y la negación de Pedro, las tinieblas
del Calvario y la mortal soledad del sepulcro,
para levantarse triunfante en toda su gloria."
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Undécima estación -
JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
"Jesús en la cruz... Muchas veces me ha asaltado
el mismo pensamiento: él lo dio todo por mí: vida,
sufrimiento, orgullo... Y ¿qué le doy yo en
cambio, sino infidelidades, pequeñez en mi
entrega, liviandad, olvido continuo de su amor?
Jesús en la cruz... ¿Soy yo capaz de estar de pie
a su lado, como tú, Madre? El corazón se encuentra
de pie junto a la cruz y ha de empaparse con la
sangre que brota de las heridas de Cristo. Ya no
cabe en su Corazón y vuelca sobre todo el mundo,
su sangre. Para poder recibirla, hay que estar
tres horas al pie de la cruz, y vaciarse entero.
No quiero sino una cosa: estar junto a él las tres
horas de su agonía, y contigo, de pie junto a la
cruz. Pero las veces que él me envía pequeños
sufrimientos para que yo pueda realizar este
deseo, otras tantas soy pequeño e infiel, y me
derrumbo, me deprimo, renuncio a luchar por
quedarme al pie de la cruz: le niego como Pedro,
huyo como san Juan... Sólo los sacrificios que
voluntariamente puedo ofrecerle estoy dispuesto a
sobrellevarlos; pero cuando es él quien toma el
timón y comienza a mostrarme el camino de otras
pruebas, termina toda mi aspiración al heroísmo, y
el hombre viejo tiembla de terror.
Los santos, al ofrecerles Cristo una corona de
gloria o una de espinas, elegían esta última,
porque ella era la que los unía verdaderamente a
Dios, y al colocarla Cristo en su frente sufrían
físicamente de un modo real, pero al mismo tiempo
eran intensamente felices porque participaban de
la honda vida de Cristo... Hazme comprender así
cualquier sufrimiento que tu Hijo ponga en mi
vida: es la corona de espinas que me permite
tocarlo en el Calvario..."
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Duodécima estación -
JESÚS MUERE EN LA CRUZ
"Es ‘el Vía Crucis de la Sangre de Cristo’. En cada cuadro encontré una relación con su sangre: en el Pretorio quedaron las gotas que reflejaban la condenación, allí clamaban que la sangre de Jesús cayese sobre el pueblo y su descendencia; en cada caída, la sangre de las rodillas y las manos manchó el suelo -por eso quisiera yo también caer bajo el peso de mi cruz allí donde Cristo cayó, para recoger con mis rodillas y mis manos su sangre, y llevar sus mismas heridas-; cuando tú le saliste al encuentro, Madre, y tomaste su mano derecha para infundirle tu fuerza maternal, en tus manos quedó su sangre; el Cirineo debe haber ensuciado sus hombros con la sangre divina que empapaba la cruz -no ‘ensuciado’, sino que era como un bautismo redentor; así quisiera yo, Señor, que ocurriera también conmigo al cargar cada cruz que tú me envíes-; en el lienzo de la Verónica quedó tu rostro marcado en sangre -así también quisiera yo que en mi rostro se marcaran con sangre sus rasgos divinos-. Las mujeres de Jerusalén no sintieron el latir interno de su sangre, no la contemplaron como la sangre redentora, sino sólo como sucios coágulos que producían pena. Al ser desnudado te arrancaron con tus ropas, todos los coágulos que cerraban tus heridas, para que tu sangre fluyera de nuevo de las heridas de tus manos y pies. Al serte machacados los clavos, corrió abundantemente tu sangre, para empapar el Gólgota, hasta que, después de muerto ya, sangró la última gota de la última herida. Una vez en los brazos de tu Madre, habías vaciado toda tu sangre, la habías transformado toda en sufrimiento redentor, y toda ella había sido recogida en el cáliz purísimo que era el corazón de María... Tu Corazón mana, con su sangre, el amor sobre todos los hombres: él es la fuente de gracias, la fuente del amor; y ese amor brota con la sangre del costado herido por la lanza... Al pie de la cruz estás tú, Madrecita, para recibir la sangre que nos redime por el amor. Esta visión debiera acompañarme toda mi vida y llenarla de sentido, como la más delicada manifestación de alianza. Sí, cuando Cristo dio su vida en la cruz, rebalsando toda la sangre de su cuerpo sobre el mundo, lo hizo por amor.... Y ahora, es Cristo quien vive en mí."
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Décimotercera estación
- JESÚS ES DEPOSITADO MUERTO EN EL REGAZO DE
MARÍA
"Lo alojaste, Madrecita, bajo tu corazón. Allí se
encuentran la tierra con el cielo, unión de amor y
de sangre. He aprendido algo en el vía crucis al
contemplar a tu Hijo descendido en tus brazos:
quiero, como él, también morir en tus brazos.
Morir es entregarse confiadamente y por entero.
Hasta el momento de la muerte estaremos faltando a
esa confianza, aunque sea en detalles
pequeñísimos: siempre confiamos en nosotros
mismos, queremos hacer todo por nuestras propias
fuerzas, sin contar con que es Dios quien
verdaderamente gobierna el mundo. Al morir nos
entregamos por entero, nos dejamos llevar en sus
brazos al cielo.
Por eso he pensado tanto en la muerte, sobre todo,
en la inutilidad de nuestros esfuerzos por ser
plenamente felices con las cosas terrenas y ahora
veo cada día más que la muerte es un encaminarse
derecho al cielo. Mirando a tu Hijo muerto, he
aprendido que la única manera de llegar a la
humildad y a la confianza en el Padre Dios es
reconocer las propias miserias.
Nos diste a tu Hijo, sacrificaste por amor a
nosotros a quien era para ti el único amor posible
en la tierra y en el cielo. No sufriste dolores de
parto, los sufriste mucho mayores al ver a tu Hijo
crucificado, y san Bernardo dice que tú no sólo
estabas al pie de la cruz, sino que tu sufrimiento
era tan grande como si estuvieses clavada tú misma
en la cruz, en lugar de tu Hijo querido... Y yo,
¿qué te doy a cambio? ... un gran cáliz recibiendo
la sangre que mana del costado de Cristo, que pasa
por tu corazón. Siempre se ve a un hombre
arrodillado al pie de la cruz, ¿ese podría ser yo?
soy indigno de estar de pie, como tú. A mi
debilidad humana le corresponde permanecer de
rodillas, recibiendo de ti y de tu Hijo la fuerza,
la sangre, las gracias que transformarán mi
corazón a imagen tuya. Madre, te contemplo como la
gran Portadora de Cristo porque eres portadora de
su sangre."
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Décimocuarta estación -
JESÚS ES PUESTO EN EL SEPULCRO
"Para ser fecundos, hay que estar dispuestos a
regalar a Cristo a otros. Llevas a tu Hijo al
sepulcro para que de allí resucite. Sabías que no
era un martirio estéril, sino por la redención del
mundo, y que con ello se manifestaría la gloria de
Dios. De tus brazos nació Cristo al martirio de la
vida terrena, también de tus brazos resucita a la
gloria.
Está aquí en el sepulcro. El autor de todo se deja
encerrar en una tumba pequeña. Entrega a la tierra
su cuerpo para enseñarnos la suprema humildad, a
nosotros que por orgullo quisimos endiosar nuestro
cuerpo: para hacernos comprender que el más grande
triunfo del hombre no es el éxito exterior, sino
el desprenderse de todo corazón del apego
terrenal. Señor, sí, tu descenso al sepulcro es,
para nosotros, ¡una maravillosa escuela de
humildad, para rescatarnos del pecado de soberbia!
Y allí, Jesús nos enseña que al cielo se llega por
la soledad...
Soledad, silencio, que ha de ser, sin embargo,
unidad con Dios: por eso, ya no más soledad, sino
dualidad; aún más, Trinidad. Y ¿dónde encontrarlo
más plenamente que en el sacramento del amor? Él
quiso para siempre encerrar su inconmesurable
Divinidad en un trocito de pan para quedarse junto
a nosotros y darnos fuerza, alivio, consolación en
nuestras penas; quiso hacerse Hostia para estar
junto a mí en este momento y ayudarme en esta
dificultad concreta: él está ante mí, y me invita
a refugiarme en sus brazos.
Señor, es también hermosísimo y significativo que
te dejes conducir al sepulcro desde los brazos de
tu Madre. En sus brazos comenzaste tu vida
terrena, y en sus brazos también la terminas: así
nos enseñas con quién debemos nacer a la vida
espiritual, y quién ha de acompañarnos en cada
dificultad hasta llegar al sepulcro... Dame la
gracia para que hoy me deje traspasar enteramente
de tu mismo espíritu de resurrección, y nacer
redobladamente a la vida divina, como un hombre
nuevo. Haz que mi cáliz se llene hoy del Cristo
transfigurado y glorioso."