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Primera estación - JESÚS ES CONDENADO A MUERTE
"¡Viernes Santo! El día que se inicia con el estupor de la traición de Judas y se asombra ante las negaciones de Pedro; la madrugada que ve con dolor a Cristo coronado de espinas, cubierto por la burla y el desprecio, con un trapo raído que figura la capa real, apoyado en la columna; la mañana que ve a Dios juzgado por los hombres.
Verdaderamente, ‘aquí se han colocado pesadas cargas sobre débiles hombros humanos’. ¡Cómo siento yo mismo mi debilidad para ese enorme peso! Solo ante ti, ante el camino de la cruz, he sentido todo el peso de mis miserias, mi impotencia para seguirte por ese camino.
Te entregamos toda nuestra debilidad, nuestra buena voluntad de ayudarte y nuestra fidelidad... Que esa sea también mi personal alianza contigo: debilidad por debilidad, fidelidad por fidelidad... Gracias por hacerme tomar conciencia de que soy ‘nada y pecado’, y pedir la gracia de vivir siempre en esa claridad.
Madre mía, hazme fiel a ti, porque sólo así podré superar mis debilidades y hacer plena la misión que tú me encomiendas. Pero quisiera ser un instrumento sin límites, sin restricción interna de ninguna especie, y dispuesto a sacrificar y aceptar todo sacrificio que, en tu bondad, te dignes enviarme para purificar los defectos que, por mi propia iniciativa, sería incapaz de eliminar.
Sé que toda misión grande es una participación en el vía crucis de Cristo."
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Segunda estación - JESÚS CARGA LA CRUZ
"Sí, el mensaje es, ante todo, de dolor y de crucifixión. Mensaje de cruces negras, porque es preciso que haya almas que se inmolen por la misión. Mensaje de cruces rojas, que arden de fuego y de vida hasta consumirse enteramente por el reinado de tu amor. Mensaje de filialidad, porque nada nos pide, sino decir ‘Fiat’, ‘Ita Pater’, ‘Sí’, y cargar, como Cristo, la cruz demasiado pesada que el buen Padre afirma sobre nuestros débiles hombros humanos. Mensaje no sólo de dolor y crucifixión, sino también de victoria.
Para mí, eso quiere decir ante todo: que cuando personalmente haya aceptado la cruz, entonces se aproximará el triunfo. Pero ¡qué lejos estoy de haber aceptado verdaderamente mi cruz! En mi vida diaria, ¡cuántas pequeñeces e infidelidades sin número me alejan de la cruz! ¡Cuántas veces rechacé la cruz que el Padre celestial quería colocar sobre mis hombros!, pero quisiera, a pesar de todas mis debilidades, entregarme nuevamente a ti, para que puedas elegirme como tu instrumento.
La cruz es una imagen de María. Tiene los brazos abiertos como tú, Madre, que fuiste cuna para el pequeño Jesús. Y Cristo nos compró en la cruz pagando un precio de dolor. Sin embargo, los niños de cuna se entregan dócilmente y con entera confianza. Ahora, la cruz es como tu regazo materno. La vida con Cristo nos exige un vía crucis: la renuncia, el sufrimiento, son el camino. Pero también el precio del verdadero amor."
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Tercera estación - JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
"Día del sacrificio, día en que la sangre brotó de todas las heridas del Cuerpo santísimo, hasta que por su costado abierto escurrió la última gota. Esta tarde, te arrastraste por el camino que asciende al Gólgota, cayendo tres veces bajo el peso del madero...
El dolor lo buscamos puramente por amor, por amor unido a Cristo, que dejó morir su humanidad por nosotros. La reciprocidad en el amor nos exige dar la vida por él. Y yo, ¿qué te puedo dar? Soy muy débil. Bien sé que tengo sólo mi pequeñez, mi ser ‘nada y pecado’..., pero justamente eso quiero ofrecértelo. Puedo comprender lo que significa el dolor y el sufrimiento, desde el más grande hasta el más pequeño: lo que significa un dolor físico, ser humillado públicamente o sufrir en mi orgullo, o no ser comprendido; pero no basta comprenderlo, lo difícil es vivir todo eso, ofreciéndolo una y otra y mil veces repetidas, al Hijo de Dios; mirándolo como nuestro pequeño vía crucis, con el cual participamos, aunque en mínimo grado, de su pasión."
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Cuarta estación - JESÚS ENCUENTRA A SU MADRE
"Vas al encuentro de tu Hijo, cuando iba cargado con la cruz rumbo al Gólgota. ¿Cómo supiste de aquello?... es el instinto maternal, el instinto de la sangre y el instinto propio del cáliz, que anhela siempre encontrar a Cristo y recibir su sangre. Aprendo dos cosas. La primera, que el cáliz siempre está abierto, a la vez para recibir y para dar. Abierto bajo la cruz, como tú, para recibir la sangre que redime. Abierto ante el sepulcro, como tú, para entregar a Cristo, en sacrificio, por la reconciliación de toda la humanidad.
La segunda: que el cáliz es, por sobre todo, fiel, como tú: sigue a Cristo a todas partes, y está frente a él siempre como él lo pide, abierto, dispuesto. Sabe que el sacrificio es el precio de su fidelidad: permanecer tres horas de pie bajo la cruz, y luego dar al ser más querido a las entrañas de la tierra, perderlo todo.
Pero también sabe que el grito final, que es el único para el cual la vida humana tiene razón de ser, es la posesión de Cristo en la gloria, la resurrección triunfante con él -y el que sea posesión indica que allí también se es cáliz-.
Así sales, a la vez, a nuestro encuentro con tus deberes de Madre: alimentarnos, educarnos, guiarnos. El darnos alimento lo cumples plenamente en tu papel de Medianera, al repartirnos las gracias que tu Hijo nos mereció en la cruz. Sigues fiel frente a Dios: al conducirnos por el recto camino, por el que verdaderamente conduce hacia Él; y no es otro sino el camino de la cruz, que nos lleva hacia el cielo sólo después de hacernos subir hasta la cumbre del Gólgota.
Madre mía, te pido la gracia de sentir y vivir esto: en todo pequeño vía crucis diario, muéstrame el camino de la cruz. Y en ello, mantén tú mi alegría, sé mi consuelo de tal manera que en todo momento, aun en el de máxima crucifixión, permanezca inmensamente alegre... y hazme estar abierto como tú, en los dos sentidos: de recibir y dar a Cristo."
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Quinta estación - SIMÓN DE CIRENE AYUDA A CRISTO A LLEVAR EL MADERO DE LA CRUZ
"La vida con Dios es bella, bella y dolorosa: ¡cuesta toda la sangre del corazón! Verdaderamente tú nos regalaste una prueba tan grande, que nosotros no la podemos cargar solos... ‘serán pesadas cargas sobre débiles hombros humanos’... Pero siempre es Cristo quien lleva la cruz más pesada: ¿y no puedo yo acaso ser su cirineo? ¿estará tu Hijo dispuesto a aceptar, si le ofrecemos nuestra vida a cambio? Quiero ofrecerte de nuevo mi propia vida. Sólo pido que si aceptas, me des también las fuerzas de ser ofrenda.
Vivir en el espíritu de fe y por sobre los seguros humanos, vivir apoyado en último término en la luz del Espíritu de Dios, lleva siempre a vivir de la pasión y de la cruz. Somos probados en la medida de la gracia que recibimos, y cuanto más la poseemos, tanto más somos puestos por el Padre en el crisol: las luchas y dificultades, para un alma que ha crecido en la vida interior, son verdaderamente una gracia extraordinaria. Sí, he llegado a sentir con fuerza la necesidad de dejar todo apoyo natural, para sumergirme sólo con profunda confianza, en el mundo de la fe.
Por eso tengo ahora, como nunca lo había experimentado, ansias de cruz y sufrimiento; no simplemente para una purificación personal, sino para colaborar en la redención del mundo. Nostalgia de cruz, porque en la cruz está Dios. Esto lo he aprendido en el vía crucis: quiero estar junto a tu Hijo y a ti, Madre, en todos esos momentos de redención.
Y hasta hoy, Él se quedó en la más pequeña de sus creaturas, un pedazo de pan, por amor a mí; ¿qué no he de entregarle yo en compensación de tanto amor, sino toda mi vida, y toda dificultad que tuviera en ella? Ayúdame a entregarle la misma confianza y abandono filial en los brazos del Padre, que le llevó a él hasta el total sacrificio de su vida, aún cuando mi destino fuera como el suyo: la crucifixión y todo sufrimiento."
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Sexta estación - VERÓNICA OFRECE UN VELO A JESÚS
"Yo voy a buscar a Cristo, no sólo lo contemplo desde lejos. Pero, sobre todo, es él que me busca a mí. Él me ha llamado y ha despertado en mí el ansia de poseerle... y luego, le llevo ante los hombres. Deseo ardientemente que tú me conduzcas también por este camino y que en él me purifiques de todas las miserias del amor humano, para que a través de una vida de ofrecimiento, me entregues con un amor más limpio y alto en los brazos de Dios Padre. Pensar en el cielo es, en verdad, hermosísimo. Mas, el camino es el mismo y único que el Hijo recorrió: ha de pasar por la Semana Santa y el Gólgota.
En la tierra tendremos el cielo anticipado sólo en nuestro contacto con él -así como la felicidad del Hijo Jesús estaba en la presencia del Padre y en la unión contigo, su Madre-. El precio definitivo del cielo es la redención, que culmina cuando participo personalmente en ella: el precio personal de la entrada al cielo es el sí a la cruz.
Para quien vive y siente con Cristo, esa participación en su vía crucis es también un anticipo del cielo -doloroso sí, pero se anticipa la felicidad eterna-, precisamente porque se está en compañía de él. Si la definitiva felicidad del hombre es estar con Dios, ella ha de ser tan grande que supere muy de lejos todo dolor humano, corporal o espiritual.
El camino hacia el cielo es ese mirar hacia él, como tú, como los varones de Galilea, hasta que el ansia de cielo nos queme la vida..."
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Séptima estación - JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
"Algunos escritores dicen que la cruz era tan pesada, que probablemente sin gracias especiales, hubiera sido imposible para un hombre ya brutalmente maltratado, llevarla hasta la cumbre del Gólgota. ¡Ay, si el Maestro fue cargado con tal peso sobrehumano!... ¿han de esperar los discípulos mejor paga? Es el momento, cuando se reciben esas cargas, de volver los ojos al vía crucis y contemplar a tu Hijo, ensangrentado y coronado de espinas, cargando su cruz camino del Calvario... tales cargas nos llegan como una gracia singular, y no como algo destinado a ‘liquidarnos’ bajo su peso.
En las últimas semanas he estado siempre enfermo; en las clases con mis alumnos no encuentro la manera de controlarlos ni de enseñarles bien; me he sentido solo; he podido sentir con fuerza muchas limitaciones de todo orden, lo que varias veces me ha llevado a una desazón interior: ¿no estoy perdiendo el tiempo acá, encerrado y solitario, cuando en otras partes hay tanto que hacer, en el apostolado y en el trabajo? ¿Voy a permanecer así indefinidamente? ¿Qué hacer, cómo vivir, para qué vivir?
La respuesta la sé de antemano, Madrecita, es una sola. Se trata de una crisis de confianza en la Divina Providencia, y la solución a eso está siempre y solamente, en lanzarse con los ojos cerrados en los brazos amorosos de Dios que es Padre."
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Octava estación - JESÚS ENCUENTRA A LAS MUJERES QUE LLORAN
"Fuerza para ambos. Para las mujeres, la fuerza del encuentro con la sangre divina, con la gracia. Para él, esa extraña fuerza que viene de que Dios encuentre colaboración humana en medio de tantas infidelidades de los que le seguían.
Hay que contar con que esta dificultad tiene que aparecer muchas veces en la vida: es el precio de la soledad; pero la soledad en unidad con Dios, es el camino del cielo. Madre mía, ¡cómo siento ahora crecer en mi alma el ansia de unirme y entregarme por entero a él, de dejarme guiar ciegamente por su amorosa mano paternal! Con un amor y entrega de hijo, inquebrantables, al buen Padre que tiene contado hasta el último de nuestros cabellos, de mis cabellos.
Quiero que mi voluntad no sea otra que la de realizar hasta el más mínimo deseo del Padre; que jamás diga ‘Padre, pase de mí este cáliz’ sin agregar ‘no sea lo que yo quiero, sino lo que tú quieres’, para que así, si él me conduce al Calvario, pueda morir llamándolo para que él me reciba... Te pido que mi entrega filial sea tan grande como para permanecer no sólo al pie de la cruz, sino también como para dejarme sepultar en el silencio y la soledad, durante 3 días ó 3 años ó toda la vida, si tal fuera el deseo del Padre.
Madre mía, haz que viva en todas estas cosas junto contigo hasta lo último, que a través de todo sea un cáliz abierto hacia el Padre, para que él me llene con todo lo que le plazca, aunque fuera sufrimiento y muerte."
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Novena estación - JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
"En este camino de la cruz miro particularmente la tercera caída de Jesús. Al llegar casi a la cima, antes de realizar ese último esfuerzo supremo, dar los últimos cuatro o cinco pasos necesarios para llegar hasta el lugar de su crucifixión... cuatro pasos tremendamente heroicos, casi imposibles, porque el sufrimiento anterior ya había sido mortal.
Soy yo el que, hasta el Viernes Santo, sentí tan fuertemente el peso del hombre viejo. Nunca me había dado cuenta de que nuestra participación en la redención consiste también en catorce, o veintiocho, o cien o más pequeños sacrificios y sufrimientos voluntariamente aceptados y aún buscados positivamente durante el día. Con ello de veras va muriendo el hombre viejo, siempre egoísta, que quiere sólo su bien y su comodidad y rechaza la cruz. Sí, este Viernes Santo me muestra toda mi debilidad y miseria, más que en otras ocasiones, por dejarme derrotar de antemano por el sufrimiento y la pequeñez de mi voluntad para cooperar con la mayor gracia que el hombre recibió: el ser redimido.
¡Madrecita, estaba deprimido, tenía compasión de mí mismo, temía terriblemente sufrir, mientras tu Hijo moría por mí y tú le acompañabas al pie de la cruz! ¿Acaso puedo extrañarme de la cobardía de Pedro? ¡No, debería llorar como él, no por él, sino por mí mismo, que he negado a mi Maestro cientos de veces! Te ruego desde el fondo de mi alma que el contemplar a tu Hijo en la cruz me mueva a corresponder a su amor, pero más que nada, a imitar lo que hace posible darse así al sacrificio por los hombres: su total entrega en los brazos del Padre.
¡Si tú me dieras esa locura de la cruz de los grandes santos! Sí, debo primero dejarme llenar de todo dolor que el Padre me envíe, pero no para quedar aplastado por él, sino como tu Hijo, transformarme y vencer sobre el pecado y la muerte, con él, por él."
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Décima estación - JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
"Hoy... ¿nos atreveremos a decir ‘tengo hambre’, cuando él debió decir ‘tengo sed’? ¿Pensaremos en la dureza de un lecho, cuando él fue clavado al madero? ¿Nos atreveremos a quejarnos de frío, si él en este día fue dejado durante tres horas desnudo colgando de la cruz?
¿Qué significa eso para mí? ‘Despojaos del hombre viejo y revestíos del hombre nuevo’, dice san Pablo. Cristo cargó con nuestros pecados para librarnos del peso fatal del hombre viejo y permitirnos, después del sufrimiento del cuerpo y del alma, resucitar como hombres nuevos para la vida divina. Sí, resucitar ya aquí en la tierra, resucitar para vivir entre los hombres en gracia, hechos imágenes de Cristo.
‘Revestíos del hombre nuevo...’ Esta exigencia de san Pablo debiera en cada instante apremiarnos con violencia. ¡Quien pudiera dejar por completo a ese hombre viejo, lleno de defectos, de mezquindades y maldad! ... Una liberación de nuestras limitaciones y pequeñeces, una liberación de nuestro inevitable egocentrismo, para entregarnos a Dios.
Quisiera resucitar con tu Hijo: resucitar para él, para ser un hombre nuevo, enteramente revestido de él, dispuesto a toda lucha por él. Tu Hijo derrotó ya el sufrimiento, la vergüenza, el abandono de los hombres y la negación de Pedro, las tinieblas del Calvario y la mortal soledad del sepulcro, para levantarse triunfante en toda su gloria."
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Undécima estación - JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
"Jesús en la cruz... Muchas veces me ha asaltado el mismo pensamiento: él lo dio todo por mí: vida, sufrimiento, orgullo... Y ¿qué le doy yo en cambio, sino infidelidades, pequeñez en mi entrega, liviandad, olvido continuo de su amor?
Jesús en la cruz... ¿Soy yo capaz de estar de pie a su lado, como tú, Madre? El corazón se encuentra de pie junto a la cruz y ha de empaparse con la sangre que brota de las heridas de Cristo. Ya no cabe en su Corazón y vuelca sobre todo el mundo, su sangre. Para poder recibirla, hay que estar tres horas al pie de la cruz, y vaciarse entero.
No quiero sino una cosa: estar junto a él las tres horas de su agonía, y contigo, de pie junto a la cruz. Pero las veces que él me envía pequeños sufrimientos para que yo pueda realizar este deseo, otras tantas soy pequeño e infiel, y me derrumbo, me deprimo, renuncio a luchar por quedarme al pie de la cruz: le niego como Pedro, huyo como san Juan... Sólo los sacrificios que voluntariamente puedo ofrecerle estoy dispuesto a sobrellevarlos; pero cuando es él quien toma el timón y comienza a mostrarme el camino de otras pruebas, termina toda mi aspiración al heroísmo, y el hombre viejo tiembla de terror.
Los santos, al ofrecerles Cristo una corona de gloria o una de espinas, elegían esta última, porque ella era la que los unía verdaderamente a Dios, y al colocarla Cristo en su frente sufrían físicamente de un modo real, pero al mismo tiempo eran intensamente felices porque participaban de la honda vida de Cristo... Hazme comprender así cualquier sufrimiento que tu Hijo ponga en mi vida: es la corona de espinas que me permite tocarlo en el Calvario..."
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Duodécima estación - JESÚS MUERE EN LA CRUZ
"Es ‘el Vía Crucis de la Sangre de Cristo’. En cada cuadro encontré una relación con su sangre: en el Pretorio quedaron las gotas que reflejaban la condenación, allí clamaban que la sangre de Jesús cayese sobre el pueblo y su descendencia; en cada caída, la sangre de las rodillas y las manos manchó el suelo -por eso quisiera yo también caer bajo el peso de mi cruz allí donde Cristo cayó, para recoger con mis rodillas y mis manos su sangre, y llevar sus mismas heridas-; cuando tú le saliste al encuentro, Madre, y tomaste su mano derecha para infundirle tu fuerza maternal, en tus manos quedó su sangre; el Cirineo debe haber ensuciado sus hombros con la sangre divina que empapaba la cruz -no ‘ensuciado’, sino que era como un bautismo redentor; así quisiera yo, Señor, que ocurriera también conmigo al cargar cada cruz que tú me envíes-; en el lienzo de la Verónica quedó tu rostro marcado en sangre -así también quisiera yo que en mi rostro se marcaran con sangre sus rasgos divinos-. Las mujeres de Jerusalén no sintieron el latir interno de su sangre, no la contemplaron como la sangre redentora, sino sólo como sucios coágulos que producían pena. Al ser desnudado te arrancaron con tus ropas, todos los coágulos que cerraban tus heridas, para que tu sangre fluyera de nuevo de las heridas de tus manos y pies. Al serte machacados los clavos, corrió abundantemente tu sangre, para empapar el Gólgota, hasta que, después de muerto ya, sangró la última gota de la última herida. Una vez en los brazos de tu Madre, habías vaciado toda tu sangre, la habías transformado toda en sufrimiento redentor, y toda ella había sido recogida en el cáliz purísimo que era el corazón de María... Tu Corazón mana, con su sangre, el amor sobre todos los hombres: él es la fuente de gracias, la fuente del amor; y ese amor brota con la sangre del costado herido por la lanza... Al pie de la cruz estás tú, Madrecita, para recibir la sangre que nos redime por el amor. Esta visión debiera acompañarme toda mi vida y llenarla de sentido, como la más delicada manifestación de alianza. Sí, cuando Cristo dio su vida en la cruz, rebalsando toda la sangre de su cuerpo sobre el mundo, lo hizo por amor.... Y ahora, es Cristo quien vive en mí."
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Décimotercera estación - JESÚS ES DEPOSITADO MUERTO EN EL REGAZO DE MARÍA
"Lo alojaste, Madrecita, bajo tu corazón. Allí se encuentran la tierra con el cielo, unión de amor y de sangre. He aprendido algo en el vía crucis al contemplar a tu Hijo descendido en tus brazos: quiero, como él, también morir en tus brazos. Morir es entregarse confiadamente y por entero. Hasta el momento de la muerte estaremos faltando a esa confianza, aunque sea en detalles pequeñísimos: siempre confiamos en nosotros mismos, queremos hacer todo por nuestras propias fuerzas, sin contar con que es Dios quien verdaderamente gobierna el mundo. Al morir nos entregamos por entero, nos dejamos llevar en sus brazos al cielo.
Por eso he pensado tanto en la muerte, sobre todo, en la inutilidad de nuestros esfuerzos por ser plenamente felices con las cosas terrenas y ahora veo cada día más que la muerte es un encaminarse derecho al cielo. Mirando a tu Hijo muerto, he aprendido que la única manera de llegar a la humildad y a la confianza en el Padre Dios es reconocer las propias miserias.
Nos diste a tu Hijo, sacrificaste por amor a nosotros a quien era para ti el único amor posible en la tierra y en el cielo. No sufriste dolores de parto, los sufriste mucho mayores al ver a tu Hijo crucificado, y san Bernardo dice que tú no sólo estabas al pie de la cruz, sino que tu sufrimiento era tan grande como si estuvieses clavada tú misma en la cruz, en lugar de tu Hijo querido... Y yo, ¿qué te doy a cambio? ... un gran cáliz recibiendo la sangre que mana del costado de Cristo, que pasa por tu corazón. Siempre se ve a un hombre arrodillado al pie de la cruz, ¿ese podría ser yo? soy indigno de estar de pie, como tú. A mi debilidad humana le corresponde permanecer de rodillas, recibiendo de ti y de tu Hijo la fuerza, la sangre, las gracias que transformarán mi corazón a imagen tuya. Madre, te contemplo como la gran Portadora de Cristo porque eres portadora de su sangre."
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Décimocuarta estación - JESÚS ES PUESTO EN EL SEPULCRO
"Para ser fecundos, hay que estar dispuestos a regalar a Cristo a otros. Llevas a tu Hijo al sepulcro para que de allí resucite. Sabías que no era un martirio estéril, sino por la redención del mundo, y que con ello se manifestaría la gloria de Dios. De tus brazos nació Cristo al martirio de la vida terrena, también de tus brazos resucita a la gloria.
Está aquí en el sepulcro. El autor de todo se deja encerrar en una tumba pequeña. Entrega a la tierra su cuerpo para enseñarnos la suprema humildad, a nosotros que por orgullo quisimos endiosar nuestro cuerpo: para hacernos comprender que el más grande triunfo del hombre no es el éxito exterior, sino el desprenderse de todo corazón del apego terrenal. Señor, sí, tu descenso al sepulcro es, para nosotros, ¡una maravillosa escuela de humildad, para rescatarnos del pecado de soberbia! Y allí, Jesús nos enseña que al cielo se llega por la soledad...
Soledad, silencio, que ha de ser, sin embargo, unidad con Dios: por eso, ya no más soledad, sino dualidad; aún más, Trinidad. Y ¿dónde encontrarlo más plenamente que en el sacramento del amor? Él quiso para siempre encerrar su inconmesurable Divinidad en un trocito de pan para quedarse junto a nosotros y darnos fuerza, alivio, consolación en nuestras penas; quiso hacerse Hostia para estar junto a mí en este momento y ayudarme en esta dificultad concreta: él está ante mí, y me invita a refugiarme en sus brazos.
Señor, es también hermosísimo y significativo que te dejes conducir al sepulcro desde los brazos de tu Madre. En sus brazos comenzaste tu vida terrena, y en sus brazos también la terminas: así nos enseñas con quién debemos nacer a la vida espiritual, y quién ha de acompañarnos en cada dificultad hasta llegar al sepulcro... Dame la gracia para que hoy me deje traspasar enteramente de tu mismo espíritu de resurrección, y nacer redobladamente a la vida divina, como un hombre nuevo. Haz que mi cáliz se llene hoy del Cristo transfigurado y glorioso."